Desde mi humilde opinión creo que el ser humano no está capacitado para esperar. Pero nada.
Seguramente muchos serán los que piensen que el que no podrá esperar soy yo, pero no, somos todos.
La paciencia es algo que todos podemos aprender a controlar, unos más, unos menos; pero la impaciencia nace con nosotros y es activada, estoy seguro, en el momento en que nos cortan el cordón umbilical.
Cuando somos bebés no gozamos, que digamos, de una extraordinaria paciencia pero somos capaces de arrebatársela a nuestros padres de una forma magistral. Que tenemos hambre, pues ha de ser YA. Que nos hemos hecho caca, pues que nos cambien ahora mismo. Y encima lo hacemos de una manera autoritaria. No somos capaces de decirlo por palabras: ¡Qué me cambies! Pero podemos soltar unos berridos que se da por sentado lo que queremos expresar.
Con los años, poquitos la verdad, nos hacemos unos pequeños bichos irritantes. Lo queremos todo y en el momento en que lo pedimos. No mañana, luego o un pobre trueque que nuestros padres quieren hacernos. ¡Queremos eso y ya!
Aquí hemos de sumarle que ya empezamos a controlar la palabra, así que añadimos una cosita más a nuestra impaciencia: llanto + palabra. Un horror que, en ocasiones, acaba con un tortazo en el pandero o, ahora ya no se utilizan estos métodos, una insoportable charla psicológica que no servirá de nada pero deja contentos a nuestros mayores.
La adolescencia es el punto álgido de la impaciencia. Que buena es esa frase que dice que la juventud está en la "edad del pavo". Todo es negro. No hay contemplaciones para otros colores, ni gris, ni blanco, ni morado... negro. Además sumamos dos cositas más a nuestra lista de factores de impaciencia: llanto (tal vez ya no tanto) + palabra + insolencia + rebeldía. Seguro que muchas veces nuestros padres han pensado: "¿Por qué no estaría haciendo otra cosa aquel día?". Pero lo dicen desde el cariño.
Nos queremos comer el mundo y nos lo vamos a comer ya. Aquí sí que no existe momento para después. Nos vamos de fiesta y nos cogemos una cogorza de mil demonios. ¿Lo hacemos durante la fiesta? No, lo hacemos nada más llegar a la fiesta. En cuestión de una hora llevamos encima una torrija que no nos lo creemos. Pero tampoco era culpa nuestra, teníamos que ir a la fiesta, coger la cogorza, pasar la fiesta, pasar la cogorza y volver a casa a una hora prudente. Como que todo no podía ser, había que recortar tiempo.
Y los enamoramientos de adolescencia, estos si que eran dramáticos. Te enamorabas del chico o chica de turno y no podía haber nada más. Era el o ella y punto. Te decían "no te preocupes, que aparecerá el adecuado/adecuada, ya lo verás". Pero no, ¿cómo podían, tan siquiera, insinuar que teníamos que esperar a alguien en el futuro? ¿Estamos locos o qué?
Y si le sumamos que hoy en día casi que nos comunicamos más mediante internet que con la palabra, ahí estamos frente al ordenador y se ha conectado quien nosotros esperábamos ver. ¿Le decimos algo? No. Ha de hacerlo esa otra persona, pero que no se piense que vamos a estar esperando el tiempo que ella crea necesario, ha de hacerlo ya. Sino lo hace entonces llega el drama. "¿Por qué no me habla? Seguro que está hablando con otra persona, ¿y ahora qué le pasa?"... y puede ser que dicho susodicho esté realizando maniobras de guerra en cualquier perdido desierto del mundo, pero a nosotros no nos ha dicho nada en cuanto se ha conectado.
Según vamos creciendo vamos perdiendo la paciencia, con más cosas, a la vez que vamos ganando años. Que si tengo que sacarme novio/novia ya, que si tengo que empezar a trabajar este mismo año para poder comprarme ya el coche que quiero, que si cariño tenemos que casarnos ya, no vamos a dejarlo más tiempo, que ya toca tener niños, que si el piso, que si date prisa que no llegamos, te doy un minuto, que si el ascenso, que si la tele de plasma nueva... Y así una cosa tras otra.
Pero llega un momento en que nuestra paciencia logra ganar a la impaciencia y eso es con la nombrada tercera edad. Es como que nuestra vida ya está tan serena que todo el tiempo del mundo es para nosotros. No tenemos prisa. Tenemos que salir a comprar, tenemos todo el tiempo del mundo; vamos a tomar algo, tenemos todo el tiempo del mundo; vamos a hacer el amor. ¿Ahora? ¡Si tenemos todo el tiempo del mundo!
Y en donde más se nota nuestra paciencia es en el momento en que todo ser humano llega a su fin, la muerte.
Porque, ¿quien tiene algún tipo de impaciencia por que esta llegue?
Yo al menos no tengo ninguna, ¿y vosotros?
Seamos pacientes que tenemos mucho por delante.
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