Cuentan que una noche de tormenta un niñito le pidió a su madre que le contara un cuento, que con la tormenta le costaba dormir.
La madre, después de unas cuantas súplicas, accedió a contar al niño un cuento. Sé sentó en una silla al lado de su cama, el niño se introdujo entre las sábanas y se arropó hasta el cuello.
Su madre le dijo que le contaría un cuento de un niño muy pequeñito que se llamaba Pulgarcito. El niño sonrió entusiasmado y le preguntó a su mamá si había aventuras en el cuento. La madre le dijo que sí, que toda la historia estaba plagada de grandes aventuras.
La mamá comenzó a contar el cuento y para más sorna acudió a la obra casi original de Charles Perrault.
En este relato Pulgarcito era el menor de siete hermanos que pertenecían a una familia muy pobre. Como los padre no podían darles de comer y estos iban a morir de hambre, los padres decidieron abandonarlos a su suerte y así no verlos morir, a sabiendas que morirían igualmente. Pulgarcito escuchó esta terrorífica conversación y esa misma noche fue hasta la orilla del río y se llenó los bolsillos de guijarros blancos que usó al día siguiente para marcar el camino de regreso a casa en el momento en que sus padres los hubieran abandonado.
Todo fue como habían planeado y en un momento de descuido marcharon raudos hacia su hogar abandonando a los siete niños a su suerte. Menos mal que Pulgarcito marcó el camino y emprendieron el camino de vuelta.
El regreso de los niños llenó de alegría a los padres ya que estaban sufriendo por lo que habían echo pero al tiempo y viendo que nada mejoraba decidieron hacer otra vez la misma jugada. Ahora, en cambio, los llevarían a una zona mucho más profunda del bosque.
Esta vez, Pulgarcito, no pudo hacerse con los guijarros y utilizó el mendrugo de pan que su madre le entregó para el desayuno. Migaja a migaja fue dejando el rastro para su vuelta a casa. Sus padres los volvieron a abandonar y los niños aterrados gritaban y lloraban. Pulgarcito creyendo que todo sería igual de sencillo que la anterior vez se puso a buscar el rastro de migajas pero cuál fue su sorpresa que no había ninguna. Los pájaros se las habían ido comiendo. Estaban realmente perdidos en el bosque.
Los niños se pusieron a andar y andar hasta que dieron con una casa que tenía la luz encendida. Era de noche y tenían mucho miedo pero era la única opción que tenían. Picaron a la puerta una mujer les abrió y viéndolos tan guapos a todos les dijo que se fueran, que allí vivía un ogro que se comía a los niños. Pero los niños heladitos y muertos de miedo y hambre le suplicaron que los escondiera en algún lugar y los dejara pasar allí la noche. La mujer accedió y los escondió en su armario creyendo que el ogro no los encontraría.
Cuando el ogro llegó a casa lo primero que percató fue el olor que allí había a carne fresca. La mujer, que no había tenido tiempo de esconder a los niños en el armario los había tenido que meter bajo la cama, le dijo que sería el olor del venado que estaba cocinando. El ogro, testarudo, continuaba diciendo que ese no era el olor que percibía y al final dio con el escondite de los niños.
Cómo se frotaba el ogro las manos pensando en el festín que se iba a dar. Se los comería a todos. Los niños lloraban y suplicaban que no se los comiera pero el ogro se relamía sólo de pensarlo.
Cogió a uno de los niños y se dispuso a devorarlo pero la mujer lo detuvo diciéndole que ¿por qué tenía tanta prisa? Con la cantidad de carne que tenía preparada podía esperar al día siguiente y así ella los podía cocinar bien. El ogro aceptó y le ordenó que los alimentara bien para cuando decidiera comérselos estuvieran bien gorditos.
La mujer fue y acostó a los niños en la habitación de las hijas del ogro, ya que este tenía siete niñas como hijas. Las niñas dormían en una cama todas juntas y llevaban coronas. Pulgarcito les quitó las coronas a las niñas y se las pusieron ellos y los gorros que estos tenían se los pusieron a las niñas.
A media noche el ogro se despertó un poco mareado por haber bebido tanto y arrepentido por la decisión de no matar a los niños aquella noche subió hasta la habitación de sus hijas y se dirigió a la cama en donde dormían los niños. A tientas, ya que la habitación estaba a oscuras, el ogro se percató aquellas cabecitas tenían una corona y creyó que estaba a punto de degollar a sus hijas. Marchó hacia la otra cama y al notar los gorros creyó que estos eran los niños y sin pensárselo dos veces los degolló a todos.
Una vez realizado el trabajo el ogro marchó satisfecho a dormir. Pulgarcito, en cuanto oyó los ronquidos del ogro, despertó a sus hermanos y todos marcharon corriendo de la casa. Corrieron durante toda la noche.
A la mañana siguiente el ogro, al despertar, ordenó a su mujer que preparara a los niños. La mujer pensó que se refería a limpiarlos, vestirlos, que no se los comería pero que sorpresa tan desagradable se llevó cuando descubrió a las siete niñas todas degolladas y nadando en un gran charco de sangre. La mujer gritó y se desmayó. El ogro que no sabía que había ocurrido subió corriendo a la habitación y se llevó una sorpresa horrible al ver lo que le había echo a sus hijitas. Enfurecido decidió partir en busca de los siete niños. Se enfundó sus botas de siete leguas y saltando como si de un pájaro se tratara mientras vuela fue buscando a los niños. Después de recorrer muchos caminos decidió seguir el último que le quedaba que era el camino que los niños había cogido.
Los niños vieron que el ogro llegaba y a ellos les quedaba muy poquito hasta llegar a su casa. Pulgarcito les hizo entrar en una roca hueca que encontraron para poder esconderse. El ogro que estaba muy fatigado ya que las botas de siete leguas cansaban bastante se paró a descansar un rato y se durmió. Pulgarcito mandó marchar a sus hermanos a casa y él se aproximó hasta el ogro. Le quitó las botas de siete leguas y como estas son mágicas al ponérselas Pulgarcito se encogieron hasta llegar al tamaño adecuado.
Pulgarcito, entonces, cogió y volvió a casa del ogro. Cuando llegó se encontró a la mujer del ogro llorando junto a las niñas muertas. Pulgarcito le dijo que el ogro había sido retenido por una banda de malhechores y necesitaba todo el oro y plata que tenía para poder liberarlo. Que para que lo creyera y pudiera ir rápido le había dejado sus botas de siete leguas.
La mujer creyó a Pulgarcito y le dio todo el oro y la plata y este marchó feliz de vuelta a su hogar.
La mamá le dijo al niño que en el pueblecito en donde vivía Pulgarcito contaban, también, que este había marchado a la corte del rey ya que este mismo estaba preocupado por una parte de su ejército del cual no tenían noticias. Pulgarcito a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero marchó hasta dar con el ejército y trajo a la corte noticias de estos. Estuvo así un tiempo, sirviendo de mensajero del rey y ganando una gran fortuna. Después volvió a su hogar junto a sus padres y hermanos.
El niño miraba sin pestañear a su madre. La madre le preguntó si le había gustado el cuento pero el niño no hablaba. La madre no prestó atención a la actitud del niño y le dijo que a dormir. Apagó la luz y cerró la puerta.
Os puedo asegurar que esa noche no pegó ojo. Su mamá le había contado un cuento en donde unos padres abandonaban a sus hijos para que murieran solos. Estos se perdían y estuvieron a punto de ser devorados por un ogro pero esté, borracho, le había cortado el cuello a sus hijas para comérselas pensando que eran los niños. El ogro persiguió a los niños para matarlos pero estos consiguieron huir. El niño ese llamado Pulgarcito le robó el dinero y sus padres se alegraron de su vuelta y como tenían dinero ya no los abandonaron para que murieran a su suerte.
La otra noche le costó menos dormir y así noche tras noche hasta que olvidó el cuento. Lo que sí puedo decir es que este niño nunca volvió a pedirle a su madre que le contara otro cuento de hadas.