Día nublado, lluvioso, otoño, chandal, sofá, palomitas y película. ¿Qué más se puede pedir para un domingo?
Ese es mi plan para el día de hoy. Aquí tirado en el sofá, con los pies sobre la mesita del salón con el portátil sobre las piernas mientras por televisión están dando la película "Sucedió en Manhattan".
Para poneros al corriente de dicha película explicaré que la bella latina Jennifer Lopez interpreta a una camarera de hotel que en un descuido conoce al atractivo Ralph Fiennes, que interpreta a un futuro senador. Ambos se gustan. Pero ella, de condición económica inferior y currante del hotel, se pone la ropa de una clienta del hotel por lo que él la confunde por una adinerada chica con muchas curvas. Aquí empiezan los típicos líos amorosos y cómicos con un primer desenlace fatal cuando él se entera de quien es ella realmente pero se arma de valor y, apoteósico final, persigue a su amor, a pesar de ser una simple camarera y el un curtido político, y viven felices y comen perdices.
El cine de Hollywood ha recurrido miles y miles de veces a llevar al espectador a soñar con los ojos abiertos, ofrecer unos ideales, unos propósitos, unos sueños que, seguramente, serán inalcanzables pero que durante noventa minutos nos llevan a ser quienes nunca seremos, pero que nos gustaría ser. ¿Quién no ha soñado nunca ser una camarera de hotel que consigue el amor de un futuro senador norteamericano en medio de una historia basada en el clásico cuento de La Cenicienta, pero en tiempos actuales. Los castillos cambian por grandes hoteles lujosos, las malvadas madrastras por pijas de cerebros minúsculos pero de gran mala leche, príncipes de capa y espada por políticos de traje y corbata y Cenicientas manchadas de tizón por delantales blancos y uniformes azules de camarera de hotel. Y esta vez aderezado por la música de Norah Jones, Diana Krall o Paul Simon en vez del, tan conocido, vals de La Cenicienta.
Pues como esta historia hay otras tantas miles y por cada película, imaginad la cantidad de soñadores que sueñan ser uno u otro de los protagonistas de dichos films.
Los ejecutivos de Hollywood ya saben que habrán miles de pobres desgraciados con unas vidas desgraciadas, al menos para ellos, que consumirán sus banales films con la sana intención de desaparecer momentáneamente del mundo real y sumergirse en las falsas fluctuaciones del celuloide.
Pero, ¡qué demonios! ¿Por qué no soñar, aunque sea despierto? ¿Qué mal hace eso a nadie? La cuestión es que pasados esos noventa minutos, acabado el bol de palomitas, la bolsa de pipas o cualquier otra golosina que queramos deglutir, volvamos al mundo real sabiendo quienes somos y sentirnos bien como somos. Hay que saber que esos que vemos en la pequeña o gran pantalla no son lo que aparenta, nunca lo serán, todo lo contrario, son menos que los que sueñan con ser sus personajes cinematográficos.
Así que... a disfrutar de la película.