Ha sido un año muy duro. Trabajo, más trabajo y, viendo como está todo debido a la crisis, más trabajo.
Tardan en llegar, el tiempo se hace eterno, parece que nunca recibirás tan ansiada recompensa... pero, por fin, llegan las deseadas VACACIONES.
El poder están en nuestras manos, nos sentimos invencibles, ¡¡somos la leche!! Dejaremos de lado los madrugones, la faena repetitiva, los compañeros, los jefes, los todo... sólo nosotros y todo el tiempo del mundo para hacer lo que nos apetezca.
Playa, montaña, piscina, sol, tumbonas, alcohol, hombres, mujeres, bikinis, bañador marca paquete, gafas de sol, tapas, más alcohol, helados, deporte, poca ropa, fiestas, desenfreno, relax, desconexión, placer, de nuevo alcohol, lugares nuevos, hotel, camping, crucero, senderismo, buceo, ligues pasajeros, ligues eternos, ligues no me acuerdo, resacas, no hacer nada, engordar, moreno, bronceado, achicharrarse, cañitas, refrescos, cocteles, chipirones, chocos, chiringuitos, ¿dije alcohol?...
Pero hay un día, un cierto día, un día fatídico que nadie quiere que llegue. Es el día que marca el final de las vacaciones, el día que nos dice que mañana volveremoss al tajo, al curro, a lo de siempre. Que tendremos que esperar un año más, 365 días, para volver a sentirnos la hostia.
Es como que no te das cuenta de lo que te llegará en pocas horas, te haces el loco, tratas de mirar hacia otro lado... pero está ahí, ha llegado y no piensa pasarte por alto. Sí todo el mundo ha de padecerlo, tú no serás menos.
El "regreso" es, en cierta manera, como una pequeña alegría. Vuelves con tus compañeros, hay unos rasgos de afecto (abrazos, apretones de manos, los tan conocidos dos besos), se comentan las jugadas de cada uno, se pavonea sobre las vacaciones de uno, de otro, que si yo he hecho tal, que si yo he hecho lo otro. Esto acostumbra a durar, casi, toda la primera semana. Es como una semana de adaptación pero sin olvidar aquello que nos ha hecho tan felices.
Lo curioso viene cuando, en esa semana, uno se da cuenta que sólo hace unos días que estaba rascándose la barriga y ahora está delante del monitor del ordenador, en la linea de montaje de la fábrica, subido en el andamio de la obra, con el traje del taller... que la vuelta no tiene remedio y, además, parece que nunca nos hubiéramos marchado de vacaciones. Poco a poco las vivencias, lo sentido se va diluyendo en un estado de recuerdo lejano y la sensación de las primeras horas de trabajo desaparecen para devolverte la rutina del día a día.
La frase popular: "Esto es como montar en bicicleta, nunca se olvida", se puede aplicar perfectamente a la faena que desarrollamos en nuestro trabajo. Por mucho que pase el tiempo, por mucho que hayamos desconectado nunca se nos olvida el trabajo.
Lágrimas, berrinches, fatigas, ansiedad, depresión postvacacional, urticaria, pesadillas, cansancio, descontrol del sueño... lo que se nos ocurra. Síntomas que padecen muchos al ver que sus dos, tres o cuatro semanas de vacaciones no son el mundo real. Que han sido un pequeño descanso de la realidad rutinaria y que la vida que nos toca vivir, aún siendo una mierda, es lo que hay.
Habrá que volver a pelear día a día, trabajar, trabajar mucho, sudar, madrugar, ponerse de los nervios, volver a las cuentas, a final de mes, a la dieta, a la siesta rápida, a las mismas caras... pero siempre nos queda la fantástica solución del primer día de trabajo: contar los días que quedan para las vacaciones de Navidad.